Creo que en la vida he estado completamente segura de pocas cosas, me refiero a esa seguridad de hacer sin pensar, sin darle vueltas a la mente, sin darle demasiada importancia a los obstáculos y así apostarle, sin más.. y por coincidencia la mayoría de esas decisiones han sido viajando.
Cuando decidí que quería viajar a India estaba segura que quería experimentar algo diferente en mi vida, un anhelo que hacía tiempo se estaba manifestando y que era hora de darle el sí; en este viaje tan impreciso y loco, uno de mis primeros planes -de esos que quieres que sí se cumplan- era hacer un voluntariado, pero en ese momento el concepto de lo que realmente significaba hacer esto viajando era muy confuso, así que ahí estaba latente pero no muy claro.
Para poder viajar a este impredecible país lo hice por medio de una organización en donde pude conseguir un empleo, lo cual podía darme las herramientas económicas para mantenerme ahí, por lo que sin duda tomé la oportunidad. Estuve 6 meses trabajando en una empresa de telecomunicaciones, que si bien me di cuenta que no era exactamente lo que anhelaba hacer, mis jefes y compañeros de trabajo eran muy buenos, condescendientes y amables, y en ese momento era justo lo que necesitaba.
Después de muchos retos de adaptación a este nuevo lugar, pasó el tiempo y mi rutina se convirtió en levantarme temprano, ir a la oficina, trabajar frente a la computadora, comer, trabajar de nuevo, tomarme un cafecito y galletitas a media tarde, volver a trabajar en la computadora y salir para ver el casi anochecer mientras caminaba o esperaba mi “tuc tuc”* para regresar a casa. Pasaban los días y mi rutina sinceramente era bastante tranquila, a pesar de que los días en la oficina eran largos y mi tarde/noche muy corta, tenía tiempo para mí, para darle un espacio de cuidado a mi mente, a mi cuerpo y a mi alma, con hábitos con los que anteriormente había estado trabajando; y los fines de semana intentaba viajar lo más que podía. Sin embargo era claro que algo ahí no estaba engranando con “los planes” que tenía (que realmente nunca suceden como uno los piensa) en fin, después de darle varias vueltas y pensar por días si quedarme o no a trabajar una nueva temporada en la oficina, decidí que no quería que pasaran los días a mis espaldas, sin poder disfrutar completamente la magia de este país, así que sin más, decidí comenzar a viajar y agradecida me despedí de la empresa y mis amables jefes y compañeros.
TUC TUC*
Todo era incierto, viajar ¿a dónde?, ¿con quién? Pues sola, ¿mi rumbo? aún no lo sabía, hice mapas y mapas, investigué vuelos, mileees, destinos todos los que podía al día, actividades, leí infinidad de blogs, pregunté, ahorré, planeé, wow de verdad que planear un viaje no es cualquier cosa; pero bueno por otro lado confiaba mucho, mi maestrita de meditación en esa entonces, era como mi guía, me daba calma, me ensañaba a respirar, a observar y a aceptar y también me daba mucho aliento a que las cosas saldrían como debían de ser, siempre con mucha enseñanza.
Pues así fue, después de encontrarme con unos compañeritos de viaje que se convirtieron en muy buenos amigos y terminar una temporada de viajecito con ellos, ahora sí me enfrentaba a la realidad que desde hace tiempo estaba buscando y que se acercaba a los planes que estaban en mi cabeza cuando decidí que India era el próximo destino: Hacer un voluntariado y vivir un retiro espiritual.
Nunca antes, de verdad, había estado tan segura de algo como de esto, y la vida solita se encargó de ponerlos en el camino, así como si ya estuvieran esperando por mí. Esto no significaba que no estuviera llena de miedos e incertidumbre, pero algo me daba fuerza de no quitar el dedo del renglón y continuar lo que ya empezaba a fluir.
Afortunadamente todo se presentó en tiempo y forma, pude realizar el retiro (del cual me gustaría escribir en otro momento y que pienso merece la pena que todos experimentáramos por lo menos una vez en ya la vida) que justamente tenía convocatoria abierta en un lugar no muy lejos de donde en ese momento ya me encontraba.
“Vipassana” –un retiro de meditación y silencio de 10 días- me dio tanto, nunca antes había experimentado algo tan real y místico como esto, es algo que creo que con palabras podría quedarse corto de explicar, una experiencia que trasciende en tiempo, espacio, creencias e idiosincrasias. Después de vivir este maravilloso conocimiento, tuve mayor fuerza para seguir con lo siguiente: el voluntariado.
Lamentablemente hacer voluntariados en India es bastante costoso, y aunque anhelaba hacerlo ahí no encontré la manera que se adaptara a mis posibilidades económicas, por lo que buscando en muchas plataformas, encontré una oportunidad en Camboya. Este país no estaba en mis planes, yo me visualizaba en las playas paradisíacas de Tailandia o en las calles caóticas de Indonesia, pero ¿Camboya?, no se encontraba en el mapa que anteriormente había trazado; sin embargo, no me importó mucho ya que investigando sobre el sitio a mi parecer necesitaba ayuda: CPOC un orfanato fundado por un pequeño hombrecito en silla de ruedas que veía por niños de zonas rurales que dejaban ahí por muchas razones.
Obviamente no sabía hablar khmer (idioma también conocido como camboyano) y como no estaba en mis planes anteriores tenía muy poco conocimiento de este lugar, sus creencias, su religión, en dónde y cuál era la capital, sincera y vergonzosamente no conocía mucho de este país, que se convirtió en la próxima parada.
Cuando llegué a Phnom Penh, lo único que sabía era el nombre de un hostal que había encontrado con mi escaso internet y un mapa en mis manos que tenía frases en Khmer y que por instrucciones del fundador de CPOC tenía que entregar a cualquiera de los taxi/tuc tucs que encontrara para que me llevara a la parada, en donde cogería el autobús para llegar a la comunidad en donde estaba el orfanato. En otro momento de mi vida, tal vez ni pensarlo hubiera hecho esto, pero en ese momento todo fluía, confiaba y a pesar de que hubiera pequeñas dudas, que eran lógicas, dejé que simplemente se diera y seguí la orientación.
Después de masomenos hora y media de camino por fin llegué, francamente no tenía expectativas pero sí incertidumbre de lo que sería mi próxima casa por por lo menos un mes. Recuerdo que lo primero que vi fueron varios voluntarios platicando, los niños tomando una clase de inglés y un chico italiano que habían asignado para que me diera un tour por la casa y me dijera cuál era la dinámica de las siguientes semanas. Y zas en mi recorrido me encuentro con un baño camboyano (una pequeña letrina) un poco sucio para ser sincera, un olor a excremento de aquellos, ya que la casa se encontraba justo en una granja y una pequeña habitación que compartiría con al menos 6 voluntarios más. Respiré y confié, agradecida de que India ya me había dado la bienvenida algunos meses antes.
Después de un largo día con mucha información nueva en mi cabeza, personas y niños nuevos, una cultura nueva, una casa nueva, nuevos idiomas, mi mente empezó a hacer de las suyas, manifestación del ego que empieza a resistirse a lo desconocido; muchas dudas y miedos comenzaron a llegar, y si no me gusta, y si no puedo, y si no me acostumbro, infinidad de cuestionamientos y claro que muchas justificaciones ilógicas del por qué me movería a otro sitio si no “me gustaba” la estancia ahí.
Por la noche decidí escribir para vaciar esa cabeza que me estaba fastidiando, así que busqué un rinconcito que justamente daba a la habitación de las pequeñas y en un momento de tranquilidad solté todo lo que traía adentro. Al momento de estar escribiendo, vi pasar a Lyn, que en ese instante no conocía ni su nombre; traía el uniforme de la escuela, una blusita que ya no era blanca de que quién sabe cuándo se había lavado, un cabello enmarañado y ya cansada se fue a la cama. La vi que tomó una pequeña cobija de algún sitio en donde la encontró, se cubrió parte del cuerpo porque ni siquiera alcanzaba a cubrirla toda y se durmió. En ese lapso sentí tanta culpabilidad y enojo conmigo, no era posible que yo estuviera pensando en mí, ¿entonces de qué se trataba esa experiencia?, me pasaron tantas cosas por la cabeza y la que más hizo eco fue que como una pequeña de esa edad, sin que tuviera una mamá o un papá que le diera las buenas noches, alguien que le dijera lávate los dientes o que le leyera un cuento, podía vivir sin quejarse en esa realidad y yo estuviera pensando en mí, me sentí egoísta y desilusionada de que todavía en ese momento no sabía qué sentido tenía esta experiencia.
Los siguientes días fueron de mucho trabajo, intentos fallidos e intentos logrados, buscando opciones para poder contribuir de alguna manera, fueron semanas de probar comida nueva, que curiosamente por gusto hacía una de las pequeñas de la casa que tan sólo tenía 12 añitos de edad; días y noches de reuniones con los demás voluntarios para implementar nuevas ideas que considerábamos podían beneficiar a los niños, de observar conductas y aprenderme nombres, frases y palabras nuevas, y de retos inimaginables que realmente años antes no hubiera pensado que podía enfrentar.
Hacer un voluntariado mientras viajas es una experiencia milagrosa, no podría definirlo de otra manera, un gana- gana que te encara a una serie de retos profesionales, personales pero sobretodo internos y que se desencadena en uno de los más valiosos aprendizajes que se pueden recibir.
Todavía recuerdo que las duchas que más he disfrutado fueron en CPOC, en una “regadera” al aire libre, adaptada por unos voluntarios belgas en el patio de la casa con unos palos de bambú; si querías bañarte era todo un ritual, para poder tener agua debías de recolectarla de un pozo al que teníamos acceso, el agua la depositabas en un recipiente que utilizábamos para regar las plantas, el cual colocabas en una polea que subías con una cuerda y al momento de moverlo, magia!!! salía agüita rica que te apaciguaba el intenso calor y que si tenías suerte terminaba con colores increíbles pincelados en el cielo gracias al atardecer o en sesiones majestuosas de estrellas asomadas que te hacían agradecer esa agua, ese momento y ese lugar.
Vivir este voluntariado para mi fue toda una iniciación, la mejor y más auténtica manera de conocer el mundo con profundidad. Me gustaba caminar en el mercadito cercano e imaginar entender lo que gritaban, abrazar a los niños y sentir sus emociones con expresiones que van más allá de las palabras, caminar por los monasterios que estaban a los alrededores y disfrutar de esa paz que el silencio te permite apreciar, junto con el vínculo que generas con gente que sientes que ya de algún lado conoces y que realmente sólo estás ahí para reencontrar.
Momentos bonitos muchos, momentos difíciles también, fue todo una revolución, que a veces podía comprender y otras simplemente vivía, observaba y aceptaba. Hoy puedo decir con certeza que fue una de las mejores decisiones que pude haber tomado, que me llevó a conocer grandes amigos que siguen siendo parte de mi andar, niños maravillosos que me enseñaron mucho y que aunque ya no frecuento, puedo recordar y sé que siguen recibiendo ayuda, y aprendizajes que se han vuelto gratos recuerdos y bellos milagros, milagros que siguen dejando huella.